La lucha en el primer mundo se hace con una facilidad propia de lo que hace años llamábamos la burguesía, pero no deja de ser lucha y teniendo en cuenta la exquisitez con la que nos movemos en la izquierda, lo de ayer fue realmente llamativo. Ayer éramos muchos miles, 75.000 dicen y es posible, y a mi me encantó no ver banderas de ningún partido, de ningún sindicatos, de ninguna facción. Bastantes banderas republicanas, porque sí, al final quienes soplaron por la nariz del dragón terminaron llamando a su alter ego y han conseguido unir a muchos en una idea común. Es la hora de un cambio profundo en España, un cambio que los partidos de izquierda quizá no estén preparados para llevar a cabo y que seguramente habrá que inventarse desde otras atalayas, desde otros postulados. Hay material humano, hay algunos consensos básicos, solamente hace falta organización suficiente, libertad a raudales y un muro impermeable contra el sectarismo inveterado de la izquierda.
Ayer en Madrid salimos muchos en nombre de quienes aún están desaparecidos, enterrados en fosas comunes, olvidados por un estado amnésico, por lo demás, que cada palo aguante su vela.