Leo con asombro que Rajoy pide que los extranjeros que vengan a España a trabajar deben firmar un contrato en el que se comprometan a respetar nuestras costumbres. Se me ponen los pelos como escarpias pensando en una docena de ellas y luego pienso si este bobo cree que yo debo respetarlas y amarlas y si el sabe cuáles son «nuestras costumbres» y si las costumbres son respetables y si él es respetable y si los derechos se pueden firmar en un contrato.
Me llama Jesús que es el amigo pródigo y en apenas un minuto repasamos lo obvio y coincidimos, nos citamos pero la historia común nos dice que sera vano y que la próxima quizá sea simplemente otra llamada. Le guardo mi hueco en el corazón y le deseo lo mejor en su célula durmiente, expectante, lúcida desde su balconcillo a las espaldas del paseo de extremadura.
Busco por Internet a una persona que me esquiva y la encuentro. La red es tan extensa que resulta difícil y huir, pasar inadvertido, encuentro el nombre de su padre, su lugar de trabajo, el de su tío Juan. Recuerdo la novela que estaba pergeñando sobre espías y me parece que inevitablemente tendrá una parte virtual, pero no sé si será la del odio o la del amor.
Me he quedado sin comida en el trabajo. Es una historia triste y sórdida sobre como las personas buscan con ahínco como odiarse.
Leo en el blog de Nacho una entrada cautivadora, y una sentencia de Jacques Baron sobre la fealdad, que me recuerda la atracción que se manifiesta descarnada y sin tapujos cuando la soledad te acogota. Cada vez respiro más en la red y menos en otros sitios.
Obama se dirige a los suyos. Esta campaña es diferente. Hace una pausa medida, les mira; «no es diferente por mi» vuelve a parar y el auditorio, en su casa, en Chicago, aguanta la respiración. Les mira, señala con su dedo y dice con una voz agradable: «es diferente por ti». Les habla de esperanza, de cambiar el país, les habla a ellos, a cada uno, a sus corazones, sin cifras, sin meterse con nadie. El público está entregado y a cada golpe de efecto grita: OBAMA, OBAMA… «Es nuestro tiempo, estamos andando…»
Aquí nos ofrecen un contrato.
Por suerte o por desgracia, me ha tocado vivir en un sitio turístico donde se pueden ver claramente los distintos «status» de inmigración que conviven con nosotros. Me gustaría saber si Rajoy, cuando dice esas tremendas gilipolleces sobre que los inmigrantes tienen que firmar un contrato en el que se comprometan a adaptarse a las costumbres españolas, está pensando también en los inmigrantes británicos que se instalan en la costa y crean sus «guettos» donde hacen gala de su cultura colonizadora (lo último es un supermercado de productos británicos donde se encuentran hasta alcaparras españolas importadas del Reino Unido). También tenemos inmigrantes alemanes, que realizan cierto esfuerzo no ya por adaptarse a las costumbres españolas sino, al menos, por disfrutar de ellas. Hace unos días, cenando con unos vecinos (alemán él, italiana ella) supimos que es costumbre alemana brindar persona por persona y mirándose a los ojos. Y así estuvimos toda la velada. El ritual hace que cada recarga de copa se lleve unos minutos de brindis personalizado y eso lleva su tiempo dependiendo del número de comensales, pero no me parece una mala costumbre. Según Rajoy, estos inmigrantes deberían firmar un contrato en el que se especifique, concretamente, que a partir de ese momento brindarán en plan «arriba, abajo, al centro y pa’dentro», que es muy español y queda bonito.
Por otro lado, los inmigrantes marroquís no beben y sus relaciones sociales las establecen en el banco de un parque o a la salida de la mezquita: ¡MAL!, a partir de ahora deben tomarse una cañita con los amigotes antes de comer, porque es una costumbre ESPANIIIOLA.
De todas formas, no debemos preocuparnos porque Rajoy nos dejó tranquilos ayer cuando, a la pregunta de Gabilondo sobre qué iba a hacer con el más de un millón de inmigrantes ilegales que hay en nuestro país dijo, por tres veces «no los voy a regularizar»… mucho mejor así, donde va a parar… que se queden, pero sin saber quienes son ni donde están ni que necesitan ni a qué se dedican ni nada de nada. Eso sí, cuando haya un delito sabremos, feacientemente, que el culpable es un inmigrante (hispano-americano, marroquí, rumano o ucraniano).
Y los españoles no tenemos obligación de seguir las costumbres españolas, por ahora.