Hasta cierto punto las cosas que nos pasan tienen sentido, están precedidas de nuestras decisiones, o se comportan como consecuencias lógicas de las cirunstancias más cercanas y en algunos casos de influencias apenas perceptibles pero reales. No siempre lo parece, quiero decir que a veces la sensación que nos golpea tiene más que ver con el sentimiento de incredulidad, con la sorpresa de que lo que ocurre es inesperado, innecesario, inconsecuente. Me inclino a pensar que es una sensación debida a la falta de precisión. Dos puntos muy pequeños, separados por milésimas, por micras, a simple vista nos parecen uno solo. Así los hechos, acontecidos de golpe que parecen inconexos con lo que debiera ser, mirados al microscopio del análisis personal resultan conectados, evidentes, sencillamente consecuentes, solo que de vez en cuando, solo de vez en cuando, notamos un chasquido, no un ruido, sino más bien un temblor interior y durante una parte infinitésima de nuestra vida sentimos que el cordón de lo previsible se rompió y que por lo tanto el resto de la vida dependerá de otra lógica distinta, quizá más amable, pero a lo peor feroz y agresiva. Luego seguimos viviendo como si nada porque eso es la supervivencia, no tomar en serio ni lo que es, ni lo que lo parece.
La precisión es enemiga de lo real. Disculpas por ponerme pedante: “Las cosas demasiado precisas no refuerzan la realidad, sino que atentan contra ella.” – escribe Junger refiriéndose a esa exactitud higiénica que tienen algunas obras surrealistas- “De ahí que se tenga esta impresión: es preciso volver a mirar bien.” “Volver a mirar bien” dice, como si lo que vemos a primera vista no fuera lo que hay que ver, no hay que quedarse con lo evidente. “Volver a mirar bien”, será que “mirar bien”, la mirada buena, la mirada adecuada, no es la mirada exacta, precisa, que disecciona la imagen al primer intento, sino más bien una mirada que vuelve sobre la cosa, que remira, que rodea, que va buscando los contornos, que dibuja sobre lo real una maraña que lo define mejor, con más rigor, que una mirada directa y única. Habrá que intentar esa mirada rigurosa, más exigente que precisa, que se pregunta una y otra vez sobre lo que está viendo, más insistente, más adecuada a aquello que miramos. (Una mirada perversa como la del microscopio que tu mencionas). Tiendo a pensar que lo verdaderamente interesante, o lo verdadero, lo real simplemente, acontece en los intersticios, en los huecos, en los márgenes, en los espacios abiertos por lo impreciso, tiendo a pensar que la realidad es más una maraña que un árbol lógico de causas y efectos, que los efectos dependen de las causas tanto como las causas de los efectos. (¿Y esto tendrá algo que ver con esa angustia vital que definías?)
Estoy de acuerdo en que la mirada sobre la realidad es enmarañada, no tanto en que las direcciones sean de ida y vuelta, pero en todo caso lo que me sorprende a veces es la falta de capacidad de la gente de mirarse hacia dentro, de reflexionar sobre si mismo, de no «querer ver». Una mirada de bulto nos da un análisis falso,nos permite demostrar que por un punto pasan infinitas paralelas siempre que el punto sea lo suficientemente grande, pero nos confunde porque obvia lo conceptual lo que no se representa sino como idea o como sentimiento, lo que no admite geometría ni geografía ni temporalidad, lo que solo ocurre como producto insustancial pero estructural. Lo interesante, lo que de verdad merece la pena ocurre, efectivamente, en la cuneta, justo al borde, donde ni hay asfalto ni está el campo, es ahí donde el temblor se produce, donde tiene el epicentro y ocurre ahí porque la realidad deja huecos vacíos donde la lógica es distinta.